Hoy he visto a uno de mis múltiples fantasmas, volví a tener contacto con él. Después de no mucho tiempo de mantenerlo encerrado bajo llave, en el cajón del olvido, por un descuido involuntario, eso quiero creer, se escapó. O tal vez, solo tal vez, lo libere.
Todo empezó en el anochecer de este día, llegue a casa, subí a mi cuarto, empecé a ponerme cómodo, y vi el cajón. Utensilio hecho de madera rustica; pero bien pintada, de un color rojo profundo, sin mayores ostentos, nada pretensioso y útil para lo que están hechos; para echarles llave y guardar cosas por un largo tiempo.
Al pararme frente a él, me percate de que el cerrojo, tal cual, parecía un pequeño ojo que me observaba, situación que definitivamente me sorprendió. Disimulando mi curiosidad, me acerque un poco más, lentamente, despacio, como cuando se quiere acariciar una mascota dormida sin asustarla.
Al estar lo suficientemente aproximado, claramente escuche un susurro que provenía de su interior, suspiro siniestro, que me helo el cuerpo. Ábrelo, me decía.
Espantado y como catapultado por resortes, di un brinco que me hizo retroceder dos o tres pasos.
Sabía de antemano el contenido del cajón, lo conocía perfectamente. Ahí había guardado a uno de mis fantasmas. Me sentí como un verdadero idiota, ¿cómo era posible que hubiera prestado mi atención en aquel cajón? ¿Por qué había dejado capturar mi interés?
Como buscando respuestas, me acerque de nueva cuenta, esta vez la cólera me subía poco a poco por la medula espinal, le dije en voz alta, ¿qué quieres? No te voy a abrir.
Por unos segundos eternos el silencio reinó en el lugar; solo para ser interrumpido por un pequeño lloriqueo que me rechinaba en el cerebro.
Con voz firme comente, entiende, no abrire.
Otra vez el silencio rigió.
En esta ocasión, la culpa me invadió, me sentí intolerante, abusivo y autoritario. ¿El fantasma quería decirme algo que no sabía?, ¿solo quería saludarme?, ¿su intención era simplemente un encuentro amistoso?; no hay muchas personas que se preocupen por mí, ¿acaso estaba rechazando a un ente que simplemente quería saber como estoy?
Estas preguntas solo agudizaron el remordimiento. Cual pieza de ajedrez que se mueve para realizar el jaque al rey, como la ultima de domino que cae después de que viste derrumbarse todas las fichas apiladas, llegó la hermosísima pregunta, y ¿si ha cambiado?
¡Carajo!, exclame, puse mis manos entre mis cabellos a manera de que se me ventilaran los pensamientos. Debía de estar loco.
Trate de apartarme del lugar, fui a la cocina por un vaso con agua, refresque mi garganta y trate de mandar mis pensamientos a otra parte. Algún lugar donde nunca hubiera llegado el día de hoy, arribado a mi cuarto, visto mi cajón, y presenciado los acontecimientos que me hacían tratar de evadir la realidad.
La paz me invadió por escasos segundos.
Era un cobarde, pensé, cuándo empezaría a espantar a mis fantasmas, cuándo dejaría de escapar a lugares más placidos, cuándo tendría el valor para no permitir que me atormentasen más.
Tome un fuerte suspiro que me diera oxigeno y valor y me dirigí al cajón. Al llegar a él, me asome por la ranura de la chapa; para mi sorpresa, la pude distinguir, ahí estaba, sentada en un rincón, con sus manos abrazándose las piernas, triste, pálida, sin brillo, de apariencia aterradora, con un velo largo y roído que ocultaba la gran parte de su cuerpo.
Un sentimiento de nostalgia y tristeza me embargo, había encerrado a mi fantasma y comenzaba a olvidarla a tal grado que agonizaba, sola, en ese cajón.
Todas las cosas en este mundo tienen una utilidad, cualquiera la posee, es una chispa de vida que mueve el motor cada una, ya sea animada o inanimada. La de los fantasmas por ejemplo, como bien lo sabemos todos, radica en toparse con ellos y darse cuenta de tus múltiples errores, de tus malas conductas, de tus heridas que crees que habían sido cerradas, solo para empezar a supurar de nueva cuenta, te siguen siempre atormentando, pase lo que pase, pese al transcurso del tiempo, son una suerte de herencia de desgracia y esa, definitivamente, es su función.
Sin embargo, al mío, lo había encerrado casi a la extinción, encarcelado hasta disminuirlo a la pequeña figura que veía en ese interior. Había apagado su flama. La utilidad para la cual fueron creados los fantasmas, en este caso, ya no era latente.
Casi lograba hacerle lo recomendado por todos los que me aconsejaron, olvidarla.
De verdad que sentí nostalgia. Esa sentimiento se transformó en compasión, sensación por el cual me cuestioné, ¿Quién soy yo para extinguir a alguien o a algo? ¿Quién no se merece una segunda oportunidad, una tercera, una cuarta o una quinta?
Cogí el cordón que ata a mi cuello el manojo de llaves, de los múltiples cajones, de distintos colores, que poseo en mi vida; sabía perfectamente cual llave corresponde a cual cajón. Con seguridad, tome la indicada, la introduje, di vuelta y lo abrí lentamente.
A manera de que iba abriendo la tapa, la luz se colaba iluminando poco a poco el interior. Cuando estuvo completamente descubierto, su inquilina levantó lentamente la cara, me miró fijamente, sonrió y pronuncio unas palabras, las cuales, no pude entender.
Acto seguido, como pequeña fogata que a punto de extinguirse, a la cual se le arroja un cuerpo bañado en combustible, comenzó la ebullición. Como explosión imprevista, comenzó a crecer y de ser una figura pálida y pequeña, pasó a retomar su color gris maligno, su grandeza aterradora y horripilante espectro.
Empezó a rondar la habitación, desbocada, sin control, como torbellino de vientos pasados, con dolores aun recientes, dispuesta única y exclusivamente a aterrarme, a hacer de mi vida un infierno, a invocar los momentos más complicados y a hacer de mis errores un recuerdo vivido, no importase cuanto me hubiese arrepentido. Danzaba por el lugar, remembrando una y otra vez, un pasado siniestro, donde la única constante, es el dolor y sufrimiento.
No siempre fueron tiempos malos, trate de explicarle, pero no atendió en lo mas mínimo, emitía gritos que aterraban a cualquiera que no hubiera sabido cómo era ese fantasma. Tiraba cosas a su paso, desordenaba el lugar, simplemente, convirtió en segundos la situación en un verdadero caos.
Cada momento tomaba más fuerza, entre los vientos agitados exclame, ¿qué quieres? Te deje salir, déjame en paz. Emitió una carcajada. Pensé que sabias para que estábamos hechos, tu para huir y yo para seguirte, tu para olvidar yo para recordarte. Dijo.
Entendí que era su naturaleza, pero no por ello, permitiría que una vez más me atormentara a su gusto.
Me dirigí ágilmente entre las cosas que volaban por la habitación, teniendo cuidado de no chocar con ninguna de ellas, de no salir lastimado, pero sobre todo, de no impactarme con algún fragmento de vida que me hiciera volver a estancar y colocarme inerte en el mismo circulo vicioso.
Logré llegar al cajón, lo tome fuertemente entre mis brazos, y apuntándolo en dirección de mi amado fantasma, como quien apunta su revolver calibre 38, con el único tiro que le queda en el barril, más que con habilidad, con fe, logre captar toda su atención.
No puedes volverme a meter en ese cajón, rió.
No, asenté, el que entrará en el cajón seré yo, a un olvido que me matará poco a poco, a una soledad que desgarrará mi ser, a tal grado que pasando el tiempo, no quedará nada de mí, llegará el día en que nadie se percate de que existí y pisé la faz de la tierra. Sé muy bien que me necesitas para existir, de mi dependes y de mi te alimentas. Por lo tanto, sin mí, no eres nada.
El fantasma contestó, con incredulidad, no te atreverías.
Era el momento de parecer más que de hacer, cualquier duda, seria percibida y mi final estaría dictado.
Coloque el cajón en el suelo, y empecé a contorsionarme para poder entrar en él.
Ante tal voluntad y decisión, mi chocarrero gritó, no lo hagas, por favor no lo hagas, no quiero desaparecer, sin ti, lo sabes bien, no podre servir nunca para lo que fui creada.
Antes de poder encerrarme, con alivio, debo admitirlo, pare todo movimiento.
Pero sobre todo, entendí que en algún momento de mi vida, o de la que sigue o de la pasada, fui o seré el fantasma de alguien, que mi única función, será o fue, la de todo fantasma. Por tal razón, no tenía derecho de encarcelar a ese ser, ni de encarcelarme a mí, ni de encarcelar a nadie con las cadenas del olvido y el destierro de la indiferencia. Definitivamente no era mi papel.
Salí lo poco que me había introducido, cerré de nueva cuenta el cajón, y señale la ventana, te quiero fuera, le pedí, es mi última oferta.
Pausadamente, el torbellino fue cesando, las cosas se depositaron con una perfección milimétrica en el lugar donde se encontraban originalmente, los fragmentos de nuestras vida, que antes volaban cuales fotografías viejas entre el vendaval, se fueron acomodando en pequeños eslabones que crearon una cadena azul, la cual tomo delicadamente entre sus manos atándola a su cuello y uniendo cada extremo con un pequeño broche.
No vuelvas mas, de lo contrario entrare al cajón, o con suerte tú serás quien entre.
Gracias, contestó, se que al salir de esta habitación, perderé fuerza, pero nunca desapareceré, porque siempre tendrás algún momento en el que te pueda espantar.
Flotando, Salió de la habitación, cerré la ventana y descanse.
Hoy entiendo que no debes olvidar a tus demonios, solo liberarlos, de lo contrario, corres el riesgo de toparte con uno igual o parecido al que tienes encarcelado. Y por tenerlo en el olvido, no te percates de que en vez de encontrar un buen amigo o una bella princesa, en realidad hallaste todo lo contrario. Asimismo, debes de entender, que por más hermético y bien cerrado que parezca tu cajón, siempre existe la oportunidad de fuga.
En ocasiones, cuando es muy entrada la noche y no puedo dormir, veo una pequeña sombra que ronda en la ventana, a lo cual, con disimulo sonrió, haciendo visible un fingido espanto y una supuesta sorpresa. Del otro lado, la figura al verme, de inmediato aparenta estar furiosa y ser aterradora.
En realidad estamos en paz.