-¿Crees que llueva?
Estabas mirando por la ventana el nubarrón obscuro que se venía, panorama climático nada alentador para aquél que no quiere mojarse, para quién no está preparado para el mal tiempo, pero en realidad ¿quién lo está?
Tu duda me causó la extrañeza de quien se topa con un elefante y se le pregunta si se le vio. Era tan evidente que llovería, como la respuesta a tal incertidumbre.
-Claro amor, acaso no ves lo negro que está el cielo.
Continuaste pasiva. Tu mirada al vacio se perdía con la tempestad que se aproximaba. Te encontrabas en un hipnotismo total, trance solo disimulado por suspiros profundos. Si no te conociera tan bien, nunca hubiera detectado el mal presagio por el que te encontrabas en tal meditación, en ese momento me di cuenta de que algo no encajaba.
-¿Te pasa algo?
El sonido de las manecillas producido por tu reloj amarillo, ese que no me gusta ni tan solo un poco, era el sonido que reinaba en la habitación.
-Nada corazón, simplemente sé que viene un mal tiempo.
Pensé por un instante que estabas loca, que algo malo sucedía en tu cabeza, ideas que se esfumaron a toda prisa tras caer el primer rayo seguido de un viento furioso, la tempestad había comenzado. Cerraste la ventana cómo pudiste, el aire arreciaba. Seguiste mirando la lluvia, las luces de la calle se veían borrosas ante tal diluvio.
Cruzando la calle, se podía ver una mujer solitaria guarneciéndose bajo un letrero luminoso, su paraguas solo le ayudaba psicológicamente a sentirse seca, físicamente estaba convertida en una sopa.
La lluvia y el frio habían empañado el cristal dificultando ver al exterior, poco a poco tu dedo delineo la silueta borrosa de la mujer.
-Yo no sentiría miedo, yo no sentiría frio y estoy segura de que yo no me mojaría.
Bingo, la señal de la locura era evidente, te habíamos perdido, pensé. En son de broma sarcástica te señalé que no tenias en tu guardarropa un impermeable tan poderoso para evitar tal situación, simplemente era ilógico.
Volteaste con tú hermosa cara que solo irradiaba paz, sonreíste un poco y me miraste fijamente.
-A tu lado la peor tempestad de la vida puede pasar y estoy segura que sujetada de tu mano ni miedo, ni frio, ni agua mi cuerpo sentirá.
Me sentí como un tonto, solo pude ir a tu lado, mirar por la ventana y dibujar la silueta de un hombre, junto a la que tú habías dibujado.
-Siempre estaré sujetándote.